Descripción
La adopción, en 2008, en Brasilia, del Tratado constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas supone el fin de un proceso tendente a la instauración, en la escena internacional, de un marco de cooperación e «integración» entre los Estados suramericanos que había comenzado, como se sabe, a principios del siglo XXI con las Cumbres de Presidentes de América del Sur; pero, al mismo tiempo, el Tratado de Brasilia supone el inicio, mediante un entramado jurídico más completo y elaborado y, sobre todo, más institucionalizado, de los esfuerzos de cooperación e integración que vienen realizando los Estados suramericanos para alcanzar algunos de los objetivos que, durante largo tiempo, se vienen suscitando en el espacio latinoamericano en su conjunto. En suma, este instrumento convencional consolida un nuevo proceso con vocación integradora en el continente americano1.
Ahora bien, no debe sorprendernos que los Estados de América del Sur hayan considerado, también, que un proceso de integración gradual y ampliado, como es el caso de UNASUR, podría resultar crucial y muy útil para el futuro de la región y de sus diversos pueblos. En realidad, la experiencia «integradora» en América a lo largo del siglo XX demostró que era conveniente «ensayar» nuevas fórmulas que pudiesen superar las dificultades a las que se enfrentan, en particular, muchos de los Estados de América Latina desde hace tiempo para plasmar, con eficacia, sus esfuerzos de cooperación e integración y, en concreto, parece muy necesario evitar los obstáculos, tanto de carácter económico como políticos, que impiden el desarrollo de la mayor parte de los procesos de integración que acontecen en la región.