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El PAÍS publica en exclusiva el prólogo de Harari

Las vacas y los cerdos también necesitan a su madre

Los mamíferos precisamos del contacto íntimo con nuestras progenitoras para poder desarrollarnos. Pero los humanos separamos a las reses de sus terneros para que den leche

Mamíferos
Una vaca lechera huele un gato mientras espera su turno de ordeña en una granja en Granby, Quebec, el 26 de julio de 2015.Christinne Muschi ( Reuters / Contacto )

Si se celebrara una competición de tipo olímpico para determinar quién es la criatura más desdichada de la Tierra, puede que los candidatos a la medalla de oro fueran las vacas, los pollos y los cerdos que criamos para satisfacer nuestros caprichos y necesidades. ¿Por qué tienen una vida tan horrible estos animales?

Podría parecer que los animales domésticos gozan de una buena vida si la comparamos con las de los animales salvajes. Pensemos en una vaca en una granja lechera y en una cebra en la sabana africana. (…) La cebra vive constantemente amenazada por depredadores, enfermedades y catástrofes naturales. Las vacas, en cambio, disfrutan de los cuidados constantes de los ganaderos que les suministran comida, agua, vacunas y medicamentos, y las protegen de depredadores y desastres naturales. Sin embargo, los animales de granja viven en unas condiciones que probablemente consideraríamos reprobables si en ellas se encontraran los perros o los gatos. Incluso en los casos en que sí se satisfacen las necesidades físicas básicas de los animales de granja, no se cubren sus necesidades sociales y emocionales. La agricultura moderna trata a estos animales como máquinas de producir leche, carne y huevos, y no como criaturas con un mundo rico en sentimientos y sensaciones.

Para entender el mundo emocional de los animales de granja, no debemos limitarnos a observar sus condiciones de vida en la sociedad industrializada del siglo XXI, sino las de sus antepasados hace miles y millones de años. (…) Pensemos, por ejemplo, en la necesidad que tienen los perros cachorro de jugar. ¿Por qué les gusta tanto? Pues porque hace decenas de miles de años, el juego era necesario para la supervivencia vital de sus antepasados, los lobos. Los lobos son animales sociales. No pueden sobrevivir y reproducirse si no cooperan con otros lobos. La forma en que aprenden las reglas del juego en su sociedad es, en gran medida, jugando. Un lobezno que, por alguna mutación genética rara, no sintiera un fuerte impulso de jugar, no sobreviviría. (…) Sus necesidades emocionales no reflejan su estado actual, sino la influencia de procesos evolutivos anteriores.

Por supuesto, esto también se aplica a los animales de granja. Los granjeros proporcionan a sus vacas y pollos comida, medicamentos y cobijo, pero no atienden sus necesidades emocionales y sociales, por lo que estos animales sufren intensamente. (…)

Es obvio que hay diferencias entre los sentimientos de los distintos animales y los de los seres humanos. Hay emociones únicas que solo son propias de los humanos, como la vergüenza. Puede que también haya sentimientos únicos para otros animales y que desconocemos. Pero hay emociones básicas comunes a todos los mamíferos. Quizá la emoción más básica que define a los mamíferos es el amor entre una madre y su cría. La palabra “mamífero” viene del latín mamma, pecho. El sistema emocional que nos define como mamíferos es uno en el que las madres aman tanto a sus crías que les permiten mamar de su cuerpo, y las crías sienten un deseo abrumador de vincu­larse con sus madres y permanecer cerca de ellas. Una cría de mamífero que por alguna razón naciera indiferente a su madre no sobreviviría mucho tiempo. (…) Está claro que el amor materno y un fuerte vínculo entre la madre y su descendencia caracterizan a todos los mamíferos.

Los científicos tardaron muchos años en reconocerlo. Hasta hace poco, los psicólogos dudaban de la existencia y la importancia del vínculo emocional entre madre e hijo, incluso en los humanos. En la primera mitad del siglo XX, la psicología estaba dominada por el enfoque conductista, que sostenía que la relación entre padres e hijos se basaba en la retroalimentación material: que lo único que necesitan los niños es comida, medicamento y cobijo; y que estos sienten apego por sus padres solo porque les satisfacen sus necesidades materiales. (…)

Una de las personas que acabó cuestionando este enfoque fue el psicólogo estadounidense Harry Harlow, especializado en la investigación con primates. En las décadas de 1950 y 1960, Harlow condujo una serie de experimentos con monos Rhesus. Separó a las crías de sus madres inmediatamente después de nacer y los crio en jaulas aisladas. En cada jaula, Harlow colocó un muñeco de mono que hiciera de madre. Una “madre” era un muñeco hecho de alambres de metal. Llevaba un biberón de leche que la cría podía succionar. Una segunda “madre” estaba hecha de madera y estaba forrada de tela y terciopelo para darle la misma sensación que una mona de verdad, pero no tenía biberón. Según los supuestos básicos de la psicología del comportamiento, Harlow supuso que los monitos se aferrarían a una madre de metal que colmara sus necesidades materiales y no a la madre inútil de terciopelo.

Para sorpresa de Harlow, los monos se aferraban a la madre de terciopelo. De vez en cuando, se acercaban a la madre de metal para amamantar, pero volvían inmediatamente con la madre de terciopelo. Harlow supuso que los monos tenían frío y que se aferraban a la madre de terciopelo para calentarse. Puso una bombilla dentro de la madre de metal para que emitiera más calor que la de terciopelo. No sirvió de nada. La mayoría de los monos siguieron decantándose por la madre de terciopelo. Cuando colocaron a las dos cerca, siguieron agarrados a la madre de terciopelo (…).

Harlow llegó a la conclusión de que los monos buscaban en la madre de terciopelo algo más que nutrición y calor. Buscaban un vínculo emocional. (…) Para aquellas crías de mono, la necesidad de un vínculo emocional era tan grande que abandonaron el muñeco de hierro que los alimentaba y dirigieron su atención al único objeto del entorno que parecía poder satisfacer esta necesidad. Por desgracia, la madre de terciopelo no creó un vínculo emocional con ellos y los monos crecieron con complejos psicológicos y no consiguieron integrarse en la sociedad de los monos ni engendrar descendencia.

La investigación de Harlow —aunque cruel con los monos— ayudó a revolucionar la forma de entender los vínculos afectivos humanos. Hoy sabemos que los niños tienen necesidades emocionales y que su salud mental y física depende de la satisfacción de estas necesidades en no menor medida que del suministro de alimentos, medicinas y cobijo. Esto no es solo aplicable a los niños humanos, sino también a las crías de otros mamíferos. (…)

Al igual que los expertos en crianza de hace un siglo, los ganaderos a lo largo de la historia también se han centrado en las necesidades materiales de los terneros, corderos y potros, y han tendido a descuidar sus necesidades emocionales. La industria láctea, desde la revolución agrícola y hasta nuestros días, se basa en romper el vínculo emocional más básico del mundo de los mamíferos y en separar a la cría de la madre. Una vaca no dará leche si no ha parido un ternero y, por tanto, los productores de leche se aseguran de que las vacas paran más y más terneros. Pero a los terneros se les separa de su madre al poco de nacer, y pasan su infancia sin el contacto de la lengua de su madre, sus ubres o su cuerpo. Lo que Harry Harlow hizo a pequeña escala lo está haciendo la industria láctea a cientos de millones de animales. Hoy más del 90% de los animales grandes del mundo son animales de granja: vacas, cerdos, ovejas y pollos. Miles de millones de animales con un rico mundo de sentimientos, emociones, sensaciones, necesidades y miedos se pasan la vida como máquinas para producir carne, leche y huevos. Es responsabilidad de todos y cada uno de nosotros ser conscientes del inmenso sufrimiento que estamos causando a estos animales y hacer todo lo posible para reducirlo.

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Fuente original: https://elpais.com/ideas/2023-12-26/las-vacas-y-los-cerdos-tambien-necesitan-a-su-madre.html