Actualidad

Entrevista a Marta Tafalla

Medio ambiente

Marta Tafalla: «Me preocupa que no seamos capaces de reaccionar, que tengamos una situación muy grave y que sea demasiado tarde»

"Tenemos un marco mental antropocéntrico de cómo funciona el mundo, y desde ahí cuesta entender que podamos provocar una extinción masiva", explica la filósofa y autora de 'Filosofía ante la crisis ecológica' (Plaza y Valdés, 2022).

Marta Tafalla en una imagen cedida por la autora.

Marta Tafalla (Barcelona, 1972) sonríe desde la pantalla. Es imposible saber dónde se encuentra porque el fondo lo ocupa la fotografía de un bosque frondoso: las cosas claras desde el minuto uno, ella ha aceptado esta entrevista para hablar de la crisis climática desde una defensa acérrima de la naturaleza que pasa por el deleite en sus maravillas: animales, plantas, ecosistemas vivos.

Doctora en filosofía y profesora de la Universitat Autònoma de Barcelona, Tafalla pasa mucho tiempo en redes divulgando conclusiones de estudios científicos, además de ser muy prolífica en la escritura. Entre sus libros más conocidos está Ecoanimal: una estética plurisensorial, ecologista y animalista (2019), aunque también es autora de multitud de artículos científicos y una novela.

Nos reunimos con motivo de la publicación de Filosofía ante la crisis ecológica (Plaza y Valdés, 2022), un ensayo bellísimo en el que alterna relatos personales –el momento en que dejó de comer carne, por ejemplo, que causó cierta polémica en su familia– con información rigurosa sobre los retos climáticos a que nos enfrentamos, sin dejar de aportar soluciones. Una de ellas, el rewilding –dedicar extensiones de terreno a que la naturaleza siga su curso sin intervención humana– es de las más novedosas del panorama ecologista español, y tal vez la más esperanzadora.

Marta, te refieres a nuestra civilización como “industrial-capitalista-colonial-acelerada-insaciable”; sin embargo, explicas que la destrucción de la biosfera ya la comenzaron nuestros antepasados más remotos. ¿Crees que deberíamos llamar a esta época Antropoceno porque la especie humana es la causante de la crisis climática o, en cambio, es mejor usar el término Capitaloceno porque este sistema económico ha acelerado el grado de destrucción?

El tema es complicado. Si tenemos esas dudas es porque hay muchos factores implicados. Yo estoy de acuerdo con todo el mundo que está anunciando que el capitalismo es una fuerza que destruye el tejido de la vida, pero también creo que el origen de la catástrofe es más profundo y antiguo. Y tiene que ver con algunas dinámicas propias de lo que somos los seres humanos. Tampoco creo que estemos esencialmente condenados a ser tan destructivos, aunque hay que tener en cuenta esos dos lados.

El capitalismo no funciona, pero hay algo más que no funciona, que está en nosotros, que ya estaba incluso en algunos cazadores-recolectores cuando cazaban tanto que exterminaban la fauna a su alrededor. Entonces lo que a mí me pasa es que ni me gusta el término Capitaloceno, ni me gusta Antropoceno. Y la verdad es que tengo problemas para encontrar las palabras adecuadas. Pero, desde luego, el antropocentrismo es una palabra que deberíamos tener muy clara, y me parece que cuando usamos Antropoceno estamos siendo muy antropocentristas, y esto es quizá lo que más nos cuesta: dejar de pensarnos como el centro.

La mayoría de las veces pensamos en “la naturaleza” como algo ajeno a nosotros, algo que está ahí para ser explotado, según nuestra visión instrumental. Ya desde el cristianismo se promovió una separación cuerpo/alma, naturaleza/cultura, y luego estas dicotomías se acrecientan con la Modernidad. ¿Cómo podemos combatir estos prejuicios? 

Realmente tenemos unos retos complejos porque –creo– partimos de cosmovisiones erróneas. Cuando tu cosmovisión, tu marco teórico no funciona, estás todo el rato tropezando porque tus palabras no describen la realidad tal como es. Vivimos en una cosmovisión que es antropocéntrica y dualista, que nos enseña que la realidad se divide en pares: hay una realidad espiritual y hay una realidad material, por ejemplo, hay cuerpo y alma. Pero, además, pensamos: hay los animales y el ser humano, como si fuéramos dos conjuntos distintos. Siempre nos vemos fuera del mundo natural, no como una especie más.

Yo creo que hay que sustituir estas visiones dualistas por visiones plurales; por eso, una de las cosas que intento explicar es que deberíamos dejar de pensar en términos de cultura-naturaleza, y pensar, mira, en la biosfera hay 8,7 millones de especies eucariotas, y nosotros somos una entre las demás; formamos parte de una red. La biosfera funciona en tanto que red pero, como no queremos formar parte de esa red, nos hemos inventado un marco teórico que dice que nosotros somos superiores, y eso lo tenemos tan incrustado en nuestra mente, y en el sistema educativo y cultural, y en los medios de comunicación, que cuesta mucho darte cuenta de que es un marco teórico erróneo.

Me parece súper complejo esto. Incluso quien trabaja en la defensa de los animales a veces argumenta a partir de lo que los animales hacen por nosotros. Por ejemplo: hay que proteger a las abejas porque son polinizadoras y sin ellas la producción de alimentos se resentiría. 

Pero las abejas no trabajan para la especie humana. Este es el error. Las distintas especies realizan funciones ecológicas, pero no para nosotros (…) Podríamos decir que las especies trabajan para que la vida siga, no para que nosotros, los humanos, podamos tomar café o chocolate, o beber vino. Es verdad que es complicado de teorizar. A mí me ha ayudado mucho leer y hablar con gente como Alicia Puleo o Jorge Riechmann, que, desde la filosofía, han hecho un esfuerzo en pensar marcos teóricos y cuestionarlos, pero pasar de un marco teórico a otro, de una cosmovisión a otra, es complicado.

Es importante el rol de la filosofía. Y, Marta, a ti te han criticado por hablar de estos temas sin ser científica, siendo doctora en Filosofía, implicando que esto hay que dejárselo a biólogos, a físicos… Y, sin embargo, estamos hablando de cosmovisiones y de relatos. Esto de que hay naturaleza y hay cultura al final es un discurso. No hay nada material o numérico que lo demuestre, pero nos lo creemos. ¿Cómo te integras tú en esta corriente dentro de la filosofía y qué crees que se puede hacer desde las humanidades para evitar lo peor de la crisis climática?

Ese es un tema difícil, porque hemos ido especializando mucho el conocimiento y, sobre todo, hemos hecho algo que creo que es un error terrible, esta división entre las ciencias y las letras, de manera que muchísima gente que tiene una formación fantástica en ciencias no sabe nada prácticamente de historia de las ideas, de filosofía de la ciencia, de ética, etc. Nunca ha reflexionado en serio sobre el uso del lenguaje. Y también pasa, por otra parte, que la gente de humanidades muchas veces no tiene nociones básicas de ciencias naturales. Aquí debería haber un acercamiento y, de la misma manera que en las facultades de humanidades se deberían introducir cursos exprés de formación de ciencias naturales para entender la crisis ecológica, me parece que en las facultades de ciencias debería haber urgentemente clases de ética, de historia de las ideas, porque muchas veces es tremendo cómo algunos científicos creen que están siendo neutros, asépticos y objetivos cuando están nadando en un montón de ideología. Necesitaríamos ese diálogo y ese encuentro. Nos hemos equivocado tanto en algunas cosas básicas que corregir errores mientras intentamos evitar lo peor es complicado, pero, aun así, no debería ser tan difícil ponernos de acuerdo en algunas cuestiones básicas.

Desde los medios algunos estamos intentando trabajar en eso, hacer pedagogía, entender las connotaciones colonialistas, imperialistas, que tienen muchos términos, como cuando se habla de disponer de la naturaleza como se ha hecho con tierras indígenas, con el cuerpo de la mujer, etc. Eso tú lo cuentas muy bien cuando hablas de ecofeminismo, pero es difícil desaprender un montón de cosas que se consideran sentido común.

Claro.

Cito de tu libro: “Si se mantienen las tasas actuales de crecimiento de la población humana, consumo de recursos naturales y deforestación, hay un 90% de probabilidad de que nuestra civilización se autodestruya en un futuro próximo: entre dos y cuatro décadas”. ¿Por qué no nos da miedo? ¿Por qué no hay manifestaciones en la calle, millones de personas de todas las ideologías, luchando por el decrecimiento?

Esa es la gran pregunta. Yo me he pasado dos o tres años leyendo muchísimos estudios científicos y luego tenía pesadillas por las noches, porque hay cada vez más estudios que están alertando de la situación de peligro en la que estamos entrando, y las consecuencias terroríficas que puede tener el aumento de la temperatura, que se está acelerando, la pérdida de biodiversidad, la degradación de los ecosistemas…

Probablemente el hecho de que no reaccionemos tiene que ver con lo que decías tú antes de desaprender. Es decir, nosotros tenemos un marco mental antropocéntrico de cómo funciona el mundo, y desde ahí cuesta entender que podamos provocar una extinción masiva. Porque nos han enseñado: somos la especie más inteligente del planeta, nos ha fabricado un Dios bueno, nos ha puesto aquí y este mundo es para nosotros. Claro, cuando ves el mundo así, no cuadra con ese relato que tú te puedas haber equivocado tanto como para provocar el cambio climático, la degradación de los ecosistemas, es que no cuadra… En cambio, cuando haces el viaje de ver el mundo de otra manera, y dices: somos una especie entre las demás, una especie que usa demasiados recursos, comete muchos errores… empiezas a entender mejor lo que estamos haciendo mal, pero la mayoría de la gente no suele mirar desde ahí, ¿no?

Yo creo que hay un desajuste muy grande entre cómo nos entendemos a nosotros mismos y los problemas que estamos causando, de ahí este proceso de desaprender, de repensarnos de otra manera a la luz de los hechos. Luego hay otra cuestión, y es que en Europa todavía no estamos sufriendo en nuestras carnes las peores consecuencias de la catástrofe ecológica. A mí me preocupa que no seamos capaces de reaccionar, que tengamos ya una situación muy muy grave y que entonces sea demasiado tarde.

Uno de los pasajes más sobrecogedores del libro es “tragarse la empatía”, donde cuentas que, para poder comer animales, tenemos que reprimir la empatía o externalizar el acto de matarlos, pagar para que lo haga otro, porque si no, nos resultaría insoportable. Pero, parte del movimiento ecologista está a favor de comer animales. ¿A qué crees que se debe esta división? ¿Hay una fractura irreconciliable o no es un tema que divida tanto?

La cuestión del consumo de animales es absolutamente central. Es verdad que el movimiento por los derechos de los animales siempre ha puesto ahí un foco, y tradicionalmente se ha hecho por una cuestión ética, pero en las últimas décadas, cuando se ha empezado a ver muy clara la relación entre el consumo de animales y la crisis ecológica, el movimiento animalista se ha reforzado mucho en su convicción de que realmente el consumo de animales es problemático, sobre todo cuando tenemos una población humana tan elevada. En una población humana muy pequeñita –imaginemos que fuéramos 500 millones de personas como en la Edad Media–, el consumo de animales tendría el problema del sufrimiento que le causas al animal, pero no tendría por qué tener un impacto tan grande a nivel de los ecosistemas. Pero ahora que los humanos somos 8.000 millones, el consumo de carne es problemático, y eso ya lo están viendo muchos científicos que no venían del movimiento animalista. 

Aquí hay una cuestión fundamental y es que la cadena trófica tiene forma de pirámide. Es decir, en la base están las plantas, que tienen mayor cantidad de biomasa, y luego los animales herbívoros que se alimentan de las plantas y ya tienen una biomasa más pequeña, y luego los carnívoros, que se comen a los herbívoros y son los que tienen la biomasa más pequeñita, porque al subir pisos en la pirámide la energía disminuye. Y esto cualquier biólogo lo sabe: que los lobos siempre son poquitos, que los linces siempre son poquitos. El conflicto está en que la especie humana tiene una población muy grande, pero quiere una dieta cárnica. Este es un tema clave para parar la crisis ecológica, porque lo que se está viendo de manera cada vez más clara es que nuestra dieta es el motor fundamental de extinción de animales vertebrados. Pero es escabroso porque, por un lado, tropiezas con negocios que son muy poderosos, pero también tropiezas con tradiciones, costumbres, con valores muy arraigados, y ahí el debate es muy duro.

Incluso con la pesca, por ejemplo. La mitad del plástico marino son redes viejas pero, cuando se habla del plástico en los mares, nadie menciona nunca la pesca. De nuevo, porque la pesca forma parte de nuestra cultura, de nuestra gastronomía y ahí no quieren entrar ni algunas asociaciones ecologistas. 

Lo de la pesca es otro tema del que hablamos menos, pero que tiene un impacto tremendo. Además, con 8.000 millones de personas, la mayoría de la pesca que se hace es pesca industrial, con grandes redes de arrastre. Por otra parte, ha crecido mucho la piscicultura, y a veces se piensa que la piscicultura es una alternativa a la pesca, pero la mayoría de los peces que se crían de piscicultura son carnívoros, con lo cual tienes que pescar para alimentarlos. Es decir, es todo un auténtico desastre. Y, efectivamente, como apuntabas, muchas redes de pesca se rompen, se quedan en los mares, y sabemos que estas redes fantasma siguen matando animales que luego no se va a comer nadie. Y sí, la mayor parte del plástico viene de ahí. 

Llegamos a otro tema escabroso: el exceso de población, pero parte de esa población tiene un impacto medioambiental mínimo. No sé hasta qué punto es productivo hablar de superpoblación, que puede evocar la eugenesia y despertar el fantasma de grandes matanzas históricas. ¿No tendríamos que fijarnos en el impacto específico de una población concreta? No es lo mismo un ciudadano estadounidense que uno somalí. 

Está claro que los países ricos tenemos un impacto negativo muchísimo mayor que las personas de los países pobres. Los europeos tenemos una responsabilidad enorme en el desastre, y muchas personas de países empobrecidos, expoliados y colonizados precisamente por nuestros países, pues la responsabilidad que tienen en muchos casos es nula. En eso estoy completamente de acuerdo. Pero, por otra parte, la especie humana tiene una población muy elevada, que además ha aumentado mucho recientemente. En 1960 no llegábamos a 3.000 millones de personas, y de repente estamos en 8.000 millones. Yo cito siempre el estudio Biomass distribution on earth, que dice que, de todos los mamíferos de la tierra medidos en biomasa, el 4% son salvajes, el 36% humanos, y el 60% es ganado. El gran problema es el ganado, pero que los humanos tengamos más biomasa que los animales salvajes es muy problemático. Habría que reflexionar sobre la reproducción y plantearnos seriamente el bajar, desde luego no aumentar, la población humana. Esto además entronca con algunas discusiones feministas. 

Pienso, por ejemplo, en el libro de Silvia Federici Calibán y la bruja, y cómo ella cuenta cómo en los inicios del capitalismo se impone a las mujeres esa tarea de tener muchísimos hijos, porque va a ser mejor para la maquinaria capitalista, y cómo a partir de ahí hay una criminalización del aborto, de los métodos anticonceptivos, un empuje a las mujeres para que no puedan estudiar ni realizar determinados trabajos. Aquí se entrecruzan cosas que son importantes. Hay una unión del capitalismo y el patriarcado en aumentar la población que para el capitalismo será útil, pero para la biosfera no lo es, y parece que para nosotros tampoco. Creo que ahí puede haber una alianza si entendemos que las mujeres han de tener derecho a decidir por sí mismas, han de tener acceso a métodos anticonceptivos, han de poder abortar… Lo que parecen indicar muchos estudios es que las mujeres, cuando pueden decidir libremente, se piensan más lo de tener hijos. Y tienden a tener menos; algunas no los tienen. Entonces ahí podría haber una alianza entre disminuir la población y hacerlo por un camino que sea feminista.

En el capítulo dedicado al rewilding, a resalvajar el territorio, dices que con él se combate no sólo el cambio climático sino también la pérdida de biodiversidad. Además: “el rewilding tiene la ventaja de ofrecer un discurso que no suena aguafiestas sino cautivador y estimulante”. Al final, en el libro se respira esa ilusión por algo mejor venidero. ¿Es el rewilding la solución a todos nuestros problemas?

Es una de las soluciones que necesitamos. Hemos de cambiar muchas cosas, pero esto es fundamental, y a mí es de lo poco que me da esperanza. A mí, que tengo una visión muy pesimista, lo que me permite pensar que quizá no todo está perdido es el rewilding, porque ves, en las cosas que se están probando, que la vida, cuando la dejas, se recupera, se cura, vuelve a poner todo en su sitio. Ahí tenemos realmente un camino importante, y además todo lo que hay alrededor del rewilding es un discurso que despierta esperanza, alegría, y necesitamos también eso, ¿no? Porque nos faltan relatos positivos del futuro. El rewilding nos ayuda a imaginar sociedades mejores en las que nos entendamos con la naturaleza de otra manera. Ahí hay verdaderamente un camino de goce, de vamos a disfrutar de la naturaleza maravillosa en este planeta, vamos a celebrar la vida.

FacebookTwitterTelegramWhatsAppCopy Link

-

Fuente original: https://www.lamarea.com/2022/11/14/marta-tafalla-entrevista/